Escrita en 1936 por el prosista y dramaturgo español Federico García Lorca, La casa de Bernarda Alba es una obra que representa el diario vivir de las mujeres en los pueblos de España a comienzos del siglo XX. La obra se ambienta en la casa de Bernarda Alba, la protagonista, quién después de la muerte de su segundo marido somete a sus cinco hijas a un riguroso luto de ocho años que pretende doblegarlas y evitar cualquier tipo de socialización con el mundo exterior. A lo largo de su obra, Lorca intenta constantemente exponer y criticar la descomedida manifestación de las convenciones sociales y valores tradicionales en la España rural de principios del siglo XX. Una de las formas en las que el autor español lleva esto a cabo es al utilizar al personaje de Bernarda como un ejemplo paradigmático de las sociedades tradicionales para, así, señalar la defensa excesiva de las tradiciones, el fanatismo religioso y la violencia que se manifiestan a diario en estas. Por ello, este ensayo pretenderá analizar cómo García Lorca presenta al personaje de Bernarda Alba como epítome de los valores tradicionales de la sociedad rural española a comienzos del siglo XX al aludir a su trato hacia los demás personajes, a su obsesión por el qué dirán y al hecho de que Bernarda no evoluciona a lo largo de la obra.
García Lorca, mediante las interacciones de Bernarda Alba con los distintos personajes de la obra, retrata a la protagonista como autoritaria e intransigente para hacer referencia a la represión constante de la sociedad tradicional española de ese entonces. Esto se puede observar en el trato imperioso y de menosprecio por parte de Bernarda hacia las criadas, quiénes representan a la gente humilde de esta sociedad. Por ejemplo, tan pronto como Bernarda entra en la escena en el acto primero les grita “¡Silencio!” y “Menos gritos y más obras”. Adicionalmente, Bernarda sigue a estas reprimendas con un comentario peyorativo que expone su clasismo y sentimiento de desdén hacia los pobres. La protagonista exclama “los pobres son como los animales; parece como si estuvieran hechos de otras sustancias”, lo que denota su naturaleza autocrática y preponderante, pues se insinúa que tiene la ambición de subyugar y avasallar a los demás para impedir hasta la más mínima oposición a su autoridad, dogmas o ideales.
Además, el autor español refuerza esta idea cuando expone el trato controlador y sofocante de la protagonista hacia sus hijas. Esto se puede notar en el hecho de que Bernarda mantiene a sus cinco hijas cautivas, restringiendo así su independencia y generando un constante anhelo de libertad en todas ellas. Asimismo, esto es reforzado por el simbolismo de la casa de Bernarda que, representada por las ventanas con barrotes que se asemejan a una prisión, ilustra la rigurosa reclusión impuesta por Bernarda a sus hijas. Lorca insinúa que lograr escapar de la casa y del riguroso luto impuesto por Bernarda significaría haber desafiado al autoritarismo y a las convenciones sociales de la época, las cuáles eran vistas como sagradas, y por ende debe ser castigado como si fuese un crimen o un pecado. Esta idea se observa cuando Adela, la hija menor y la única que logra salir de la cárcel metafórica de su madre al reunirse con su amado, Pepe el Romano, se suicida al final de la obra en un intento desesperado de escapar de la represión constante de su madre y aspirar así a una especie de libertad. Lorca da a entender que ese fue el castigo de Adela por haber desafiado al totalitarismo de su madre, y por consiguiente haberse opuesto a los dogmas e ideales tradicionales de la época. Por otro lado, la naturaleza tiránica y controladora de Bernarda también puede ser notada cuando ésta reprende a su hija Angustias “tú no tienes más derecho que a obedecer”, o cuando les remarca “tengo cinco cadenas para vosotras”. Lorca insinúa que la idiosincrasia de Bernarda se caracteriza por un instinto inmoderado de reprimir a todo aquel que presente una amenaza al paradigma tradicional, lo que Lorca asemeja con la intolerancia y fanatismo excesivo de las sociedades tradicionales.
De manera similar, el hecho de que Bernarda inculque a sus hijas una actitud sumisa ante los hombres la expone como la representante de los valores patriarcales y de las convenciones sociales tradicionales. Lorca ilustra esta idea cuando Bernarda comenta “Hilo y aguja para las hembras. Látigo y mula para el varón”. El autor da a entender que la figura del hombre es representada por la aventura y el libertinaje, observado en los símbolos del látigo y la mula, mientras que la figura de la mujer debe permanecer en la razón y en las convenciones sociales, representado por los roles domésticos como el saber coser y bordar. Esta clara distinción entre los roles del hombre y de la mujer también es percibida por la criada de 'mayor autoridad', la Poncia, quién a pesar de pertenecer a un estrato social mucho más humilde que el de Bernarda, tiene una ideología análoga a la de la protagonista. Por ejemplo, la Poncia contrasta la rebeldía y el desenfreno de los hombres con la sumisión y el conformismo de las mujeres cuando les comenta a las hijas de Bernarda “os conviene saber de todos modos que el hombre, a los quince días de la boda, deja la cama por la mesa, y luego la mesa por la tabernilla. Y la que no se conforma, se pudre llorando en un rincón”. La Poncia, al igual que Bernarda, distingue los preceptos sociales destinados a los hombres con aquellos destinados a las mujeres al insinuar que la mujer no puede escapar de su realidad y debe vivir en una reclusión y servilismo constante.
Adicionalmente, Lorca señala la exagerada obsesión de Bernarda por el qué dirán para ilustrar el excesivo énfasis que se le daban a las apariencias y a las opiniones de los demás. Por ejemplo, después de que Adela se suicida, Bernarda exclama repetidamente “¡Mi hija ha muerto virgen!” y “¡Nadie diga nada!”. Esto ilustra el deseo desmesurado de Bernarda de tratar de proyectar una imagen ilusoria hacia los demás, al punto tal de que prioriza esto incluso por sobre el suicidio de su hija. Encontramos otro ejemplo de esta actitud cuando Bernarda ordena a las criadas a que encierren a su madre, María Josefa, bajo llave, para cerciorarse de que los vecinos no se enteren de su existencia -
BERNARDA
Ve con ella y ten cuidado que no se acerque al pozo.
CRIADA
No tengas miedo que se tire.
BERNARDA
No es por eso. Pero desde aquel sitio las vecinas pueden verla desde su ventana.
Por último, para ilustrar la inmutabilidad de las sociedades tradicionales, Lorca caracteriza a Bernarda como un personaje plano. Esto puede ser notado en el hecho de que la actitud, carácter e ideología de la protagonista no evolucionan a pesar de los sucesos dramáticos que pasan a lo largo de la obra, como el suicidio de su hija Adela. Bernarda al inicio de la obra entra en la escena exclamando “¡Silencio!”, y esta misma frase se repite al final de la obra cuando, después de la muerte de Adela, exige “¡Silencio!”. De esta forma, el autor indica que la obra se caracteriza por una historia circular que empieza y acaba de la misma manera: en silencio. Esto es irónico, pues ilustra una contradicción entre la naturaleza dramática de los sucesos que pasan a lo largo de la obra y la inmutabilidad de la protagonista en su pensamiento tradicional.
En definitiva, a lo largo de La casa de Bernarda Alba, García Lorca presenta al personaje de Bernarda Alba como epítome de los valores tradicionales de la sociedad rural española de comienzos del siglo XX al aludir al trato tiránico, intransigente y sofocante de Bernarda hacia los demás personajes, a su exagerada obsesión por el qué dirán y a su caracterización como un personaje plano que ilustra la inmutabilidad de las sociedades tradicionales.
García Lorca, Federico. La casa de Bernarda Alba. Drama de mujeres en los pueblos de España. Madrid: Ediciones Cátedra, 2016.